El colectivero que trata a sus pasajeros como Reyes

Jorge Reyes es chofer de la línea 562. Charla con los pasajeros, les arranca sonrisas, y tiene la virtud de generar un ambiente distendido y agradable a lo largo de cada recorrido. Un personaje que, con recetas simples, se ganó el cariño y respeto de todos los que viajan en su colectivo

Saluda a la abuela con cariño, le pregunta al pibe si hizo todos los deberes, a otro lo sorprende para saber cómo le fue en las vacaciones, y hasta se anima a decirle a sus pasajeros que si tienen ropa o juguetes para donar, avisen que los retirará para entregar a quienes más lo necesitan. Asciende una mujer embarazada a su micro y los sentados en las filas delanteras coinciden en mirar hacia el exterior. «Alguien que le dé el asiento a la señora o le doy el mío», dispara y la chicana surge inmediato esfuerzo.

-Buen día capo. ¿Cómo estamos hoy?, pregunta por enésima vez.

-Todo bien «Pela», escucha una vez más. Para todos es el «Pela» o directamente, el «Pelado». Pocos saben que este simpático personaje, chofer del interna 13 de la línea 562, se llama Jorge Reyes, que nació hace 38 años en San Juan y que el momento más feliz del día es cuando llega a casa y acaricia la panza de su esposa Romina, quien en marzo se convertirá en mamá de Lola, la esperada hermanita de Simón, de dos años.

¿Una nota a mí?, pregunta Jorge, quien gesticula y habla abajo tanto o más que arriba del micro de la empresa «El Libertador», que va de Colón al Puerto, recorrido en el cual todos los días pasa por la esquina de Juan B. Justo y Santa Fe, la misma en la que una Navidad de hace algunos años, el colectivero al que hicieron popular los lectores del blog «Fotos de Familia» de LA CAPITAL, recibió las doce de la noche solo, disimulando las lágrimas mientras el cielo estallaba por los fuegos artificiales. «Sí, me quedé sin laburo y en la calle. Estaba solo, no tenía amigos ni familiares acá y dormía en el Polideportivo.Y nunca olvidaré esa Navidad en la que dieron las doce de la noche en la esquina de Juan B. Justo y Santa Fe», dice el hombre que vive en Mar del Plata desde hace 13 años, adonde llegó harto de Buenos Aires, escala directa de su salida de San Juan. «Mar del Plata siempre me tiró un salvavidas», comenta, y recuerda que fue empleado en una empresa de seguridad, de una carnicería, de un supermercado y que lavó autos, hasta que por fin una mañana, cinco años atrás, se subió a ese colectivo en el que todos viajan a gusto, y con una sonrisa.

«No hay ninguna fórmula ni nada raro. Trato a la gente como a mí me gusta que me traten. Cada vez que subo al micro me mentalizo que voy a pasear hasta el Puerto y que vengo. El objetivo es que no se me caiga nadie, que todos tengan un buen viaje. Así de simple», refiere el fanático de la música de Creedence y especialmente «de los lentos que se escuchaban a las cuatro de la mañana en los boliches».

«Menos cumbia escucho de todo», le dice a un flaco que acaba de subir y le presta un CD que le había prometido. Porque arriba de ese micro uno no deja de sorprenderse. Jorge puede invitar a participar de una cena a beneficio de una escuela que necesita colchonetas y pelotas para que los pibes hagan gimnasia, o escuchar la confesión de una mujer que acaba de ser abandonada por su marido, dejándola a cargo de cuatro pibes. Puede recibir un llavero de recuerdo de las vacaciones de otro de los pasajeros, o pedirle a un mocoso de diez años que le lea dos páginas de un libro en voz alta ahí, al lado del volante. «Hay historias para todos. Para hacer un libro. El recorrido dura una hora y media casi y hay de todo. Con el paro, llevaba gente del Puerto desesperada. Llevé a un hombre que vendió todos sus discos para poder comer mientras no salían los barcos. Y en ese mismo viaje se subía alguien en el centro muy caliente porque tenía mala señal de Direct TV». Dos realidades en un mismo viaje.

Una frase para cada uno

Jorge Reyes se entusiasma y habla del «gran laburo solidario» que hacen los muchachos de la Juventud Sindical de la UTA, observa que no se puede permitir que un buen día o un gracias se conviertan en palabras en extinción al tiempo que insiste que no deja que «lo negativo me supere. Este es un trabajo estresante, hay locura en las calles, los semáforos, el apuro, los que estacionan en las paradas y no permiten que la gente mayor pueda bajar en la misma vereda como debería ser, en lugar del medio de la calle, y los que son prepotentes y te maltratan. Pero yo trato de ponerle siempre la mejor onda. Te vas a cansar de darle bola a la gente, me decían algunos choferes. Hasta ahora no me cansé, ni mucho menos. Todo lo que das, vuelve. No hay dudas», pontifica.

-¡Qué cara che!, se nota que es lunes, «madruga» a uno que sube tras haberse peleado con el despertador, y que, milagrosamente, le devuelve una sonrisa y un «Pelado, no me jodas que perdió San Lorenzo y además es lunes…».

En la siguiente parada, la que sube es una elegante señora y también recibe su piropo. Todos se van a sentar con una sonrisa.

«Al principio me miraban como un bicho raro. Choferes y pasajeros, ambos, estaban acostumbrados a no saludarse. Cuando uno es amable el otro al final se contagia. Y todo tiene otro color», simplifica Jorge, quien sorprende cuando confiesa que el fútbol no le interesa, aunque si los fierros. «Soy de Chevrolet», grafica en otra esquina en esta última vuelta de su recorrido de hoy, ya pronto a culminar las ocho horas diarias de trabajo.

Fue la marplatense Elba Luna, la que en el blog «Fotos de Familia», en nuestra página web, publicó una foto del «colectivero macanudo» y unas pocas líneas sobre «este orgullo y ejemplo a imitar». Y luego se animaron todos. Santiago Sanz se entusiasmó, Anastasia y Omar también, Rauly no lo dudó: «¡este señor es carioca!», escribió al tiempo que Eduardo comentó que «es un loco lindo. Cada vez que lo tomo me divierto mucho. Y es muy educado sobre todo».

«Jorge le cambia el ánimo a la gente. Yo lo he felicitado varias veces. Seguro que tiene problemas como todos, pero no los lleva al trabajo», dejó su testimonio Graciela, y entre muchos otros tantos, Hugo pidió un aumento de sueldo para el «Pelado».

«Me emocionó leer esas opiniones. Para este trabajo te tiene que gustar el colectivo, la calle, y la gente, que es lo más valioso del colectivo», puntualiza mientras juguetea con su pulsera, para mostrarse convencido de que es necesario «empezar a llevarnos bien entre todos. La cordialidad y el buen trato abren puertas. No tenemos que acostumbrarnos a ser maltratados».

La charla sigue en un café, y Jorge, que gana cerca de cinco mil pesos por mes, aunque más de 1700 se le van en alquiler, cree que un sueldo debería rondar «las ocho lucas. Llevo a pasajeros que ganan 1.500 mangos por mes…», se lamenta, y prolonga la charla sobre los jóvenes, la falta de referentes, y las vacaciones en las que este hijo único piensa volver a San Juan. Al final, coincide con uno de sus pasajeros, y lectores del blog, quien dijo que «si los argentinos nos respetásemos unos a otros con amabilidad y cumpliendo nuestras tareas sin molestar o perjudicar a los demás, seríamos una potencia mundial». Suena simple, y contundente en la voz del Pelado de la 562, quien hoy volverá a arrancar sonrisas y a desparramar saludos y bromas en su recorrido.

 

Fuente:

La Capital – Por: Marcelo Pasetti

Foto: Ilustrativa

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