Escapadita a Guatemala… Chicken bus, la aventura en los buses del peligro

El consejo para los turistas es el mismo: no utilicen esos pequeños y viejos buses debido al riesgo de ser asaltado o al exceso de velocidad

Ciudad de Guatemala. No escuché los consejos que entre incredulidad o asombro me dieron varios guatemaltecos. Me empeciné en vivir mi propia aventura en uno de los chicken bus, que son los viejos buses escolares de Estados Unidos que fueron a parar a Guatemala hace años.

Tienen mala fama. Surcan por las calles a gran velocidad, sin importar si los pasajeros deben sujetarse de lo que puedan para intentar mantenerse en sus asientos, en algo que parece una misión imposible.

Sus choferes suelen ser tan intrépidos que se resisten a presionar el pedal del freno, incluso en las curvas más cerradas, pese a que estén en un marcado descenso.

A esto se le suma el factor suerte. Sí, en ocasiones quienes viajan en estas unidades son asaltados. «Los delincuentes se suben con bolsas y les dicen a los pasajeros: ‘entreguen todo'», me advirtió una guatemalteca.

Por eso, a los turistas que llegan a Antigua y desean ir a Ciudad de Guatemala o cualquier otro lugar, les sugieren hacerlo en otra modalidad, ya sea taxi, Uber o transporte colectivo privado.

Sin embargo, quise aventurarme para conocer de primera mano cómo es un chicken bus, bautizados así por los turistas, pues sobre el techo se acomoda cualquier carga.

El episodio comenzó en Antigua. En teoría, el viaje era de tan solo 90 minutos para llegar a la Ciudad de Guatemala, el pasado domingo 6 de mayo.

Cuando estuve en la terminal de Antigua, le pregunté al cobrador si en realidad son inseguros. Su respuesta alteró mis nervios: «Siempre hay riesgo, a veces se suben los muchachos», en clara referencia a los asaltos.

Pagué los 10 quetzales (menos de ¢1.000) y emprendí el viaje.

Literalmente el bus voló por las empedradas calles de Antigua, lo que provocaba que dentro de la unidad los pasajeros brincáramos por el fuerte movimiento.

Cuando al fin salió a la carretera principal, el chofer tomó las curvas a una velocidad impresionante. Primero, la fuerza nos corría a todos hacia la derecha, luego hacia la izquierda y otra vez a la derecha, sin tener la posibilidad de evitar recostarse en el pasajero de al lado.

Conforme subieron personas, la incomodidad aumentó. La idea es que todos vayan sentados, aunque estoy implique que tres personas se acomoden en un asiento de dos.

A esto se le suma el retumbo de la música. El escándalo era tal que dificultaba cualquier conversación, pues el reggaetón no cesó ni un minuto.

Cada vez que el chicken bus se detenía en alguna parada, observaba con detenimiento a quienes se subían, pues no podía quitarme el temor de un asalto.

Al final, el viaje de 90 minutos se extendió por más de dos horas, debido a un gran congestionamiento vial. Mientras tanto, no tuve más remedio que escuchar El gato volador dos veces así como una gran parte del repertorio de Daddy Yankee y otros cantantes urbanos, cuyas voces y música se apropiaron de los parlantes del bus.

Víctor Ariel Amezquita, uno de los pasajeros y quien está cerca de los 60 años, me dijo que opta por llevar un teléfono celular «viejo» cuando se traslada en un chicken bus, ante el temor de un asalto.

Se alegró cuando le dije que soy costarricense. Aunque no conoce nuestro país, siente mucha gratitud porque en San José vivió una hermana, quien ya falleció. De hecho, dice que un sobrino se quedó en Costa Rica.

Dice estar acostumbrado a la velocidad con que viajan estas unidades, así como la incomodidad debido a la cantidad de pasajeros y a la ensordecedora música que caracteriza a estas unidades de transporte público.

Al final no hubo mayores contratiempos. Llegué a la Ciudad de Guatemala con todas mis pertenencias y sano.

 

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