«Tamalito», el nene que no podía parar de robar colectivos

A los diez años lo atraparon luego de manejar un micro durante cinco horas. Lo hizo cuatro veces más. Sueña con ser chofer.

Justo cuando empezaba a correr el riesgo de pasar inadvertido, “Tamalito” decidió hacerles saber a todos que sus sueños eran grandes. Gigantes. Enormes.

Como un colectivo.

“Tamalito” heredó el apodo de su padre, “Tamal”, pero no mucho más recibió de él antes de que desapareciera de su historia. Ya antes de cumplir los diez años pasaba más tiempo en la calle que en cualquier otro lado, a veces persiguiendo alguna travesura y otras, buscando formas de ganarse unos pesos. O de encontrar algo que lo diferenciara de sus seis hermanitos. Y así fue como conoció eso que se convertiría en una obsesión inmanejable.

O casi.

Su casa, en las afueras de la capital tucumana, era mejor no vivirla. O su mamá lo encerraba adentro o lo dejaba afuera, o él se distraía por ahí para no volver a enfrentar esas opciones, que nunca eran buenas. Pronto aprendió a caminar las calles de tierra de la Banda del Río Salí con la seguridad de quien anda por el patio del hogar que no tenía.

Y ahí fue cuando conoció a su amor.

De tanto vagar, lo mandaron al Hogar Eva Perón, fundado para retener a chicos que en sus casas no pueden mantener, o que no tienen una casa donde ser mantenidos. Pero a “Tamalito” se le había ocurrido que igual podía ganarse unas monedas repartiendo estampitas, así que se escapaba cada vez que encontraba un hueco. “Es un azote”, decían de él. Al principio las repartía en las esquinas, pero a medida que se fue acercando al centro de San Miguel de Tucumán descubrió algo que lo dejaría marcado para siempre.

Era grande. Era ruidoso. Y era hermoso como solo puede serlo una máquina con motor.

“Tamalito” se enamoró de tal manera del primer colectivo que vio que empezó a pasarse el día arriba de uno. Y de otro. Y después, de otro, vendiendo estampitas y mirando a los choferes. Hasta que se hizo amigo de ellos.

Su favorita era la línea 19, aunque esto no era excluyente. Fascinado por esas máquinas paquidérmicas, “Tamalito” acompañaba a los colectiveros hasta el final del recorrido. Se sumaba a las rondas de mate y crecía escuchándolos contar anécdotas.

Un día, uno accedió a enseñarle a conducir.

Y vaya si domó a la bestia “Tamalito”. En la noche del 14 de mayo de 2010, cuando hacía apenas dos meses que tenía cumplidos los diez años, se escapó del Hogar y se fue caminando, quizás con la decisión ya tomada o sólo impulsado por el camino que iban haciendo sus pies hacía la terminal de la empresa San Pedro de Colalao, en la avenida Brígido Terán al 200. Un chofer acababa de estacionar su unidad en uno de los andenes y la había dejado con las llaves puestas para que así la encontrara su compañero de la mañana siguiente. “Siempre lo hacemos así, acá hay seguridad. ¿Quién iba a pensar en robarse un colectivo?”, le diría el hombre al diario La Gaceta.

“Tamalito”, era la respuesta. Parado sobre los pedales, sólo haciendo esfuerzo para ver el mundo que rodeaba a ese otro que tanto lo fascinaba, el nene arrancó el colectivo. Lo sacó del andén marcha atrás sin que lo vieran, encendió las luces y encaró hacia su territorio, la Banda del Río Salí.

“Iba a ir a visitar a mi hermana, pero después pensé que me iban a retar si me veían con el colectivo”, diría a los periodistas locales más tarde. Mucho más tarde: cinco horas anduvo con el colectivo. Fue hasta la cancha de su equipo, el Atlético Concepción, dio vueltas por la Banda, mordió más de un cordón al doblar, zigzagueó un poco pero encaró de regreso a la terminal sin grandes sobresaltos.

Amanecía ya y un conductor pensó que el colectivo andaba solo. Pero luego el pelito negro de “Tamalito” lo desmintió. El hombrellamó a la Policía y tuvieron que cruzarle dos patrulleros para obligarlo a frenar.

-Paré en los semáforos rojos y todo, che, se defendió.

Lo enviaron de regreso al Hogar, donde apenas si lograron mantenerlo retenido unas semanas. Pero al fin regresó a la calle. Algún chofer lo llevó a dormir a su casa por una noche. Lo mismo hizo otro. Pero no estaba a su alcance evitar que conociera las drogas.

El nene se hizo adolescente en medio de la oscuridad. Fue y vino hasta que logró regresar a su único amor verdadero.

Tenía 13 ya “Tamalito” cuando se cruzó con otro de sus objetos de deseo prohibido. Fue en 2014: se llevó un micro de la empresa “Nueva Fournier” de la terminal, lo manejó hasta Los Vallistos y allí lo dejó, abandonado. Los dueños decidieron no acusarlo“La víctima no quiso hacer la denuncia, sólo quería recuperar su colectivo, pero al tratarse de un delito en instancia pública, el Ministerio ordenó hacer las actuaciones documentando todo”, afirmó entonces el comisario Luis Pereyra. El juez de Menores ordenó entregarlo a su madre.

Y el nene, que ya cumplía 14, siguió. Su siguiente experiencia sería aún más resonante.

En Tucumán estaba tocando Sergio Galleguillo, el popular folclorista nacido en La Rioja. Como parte de su gira, había llegado hasta el Teatro Alberdi para dar una serie de conciertos. En la tarde del sábado 21 de junio de 2014, el músico fue a probar sonido junto a su grupo, Rioja Ballet. En la puerta, sobre la primera cuadra de la calle Jujuy, dejaron estacionado el micro que los estaba llevando por el país. Era enorme y estaba ploteado con la imagen y el nombre del cantante, algo que “Tamalito” nunca había probado y resolvió degustar en el acto.

Al principio nadie supo que de él se trataba. Alguien alertó a los músicos sobre lo que ocurría y salieron a la calle para descubrir que el micro ya no estaba allí. El show debía continuar, al fin y al cabo, y debieron subir a escena con la incertidumbre del destino de todas sus pertenencias. Igual, dieron un recital de dos horas. “Tucumán de mi alma, no sientan por favor que lo que paso es culpa de ustedes (…) yo a medias… remé y remé para que saliera todo bien… los músicos a medias, muy preocupados por la situación, se noto en cada canción el nerviosismo”, escribió esa noche Galleguillo en Facebook.

Dos días más tarde, la Policía halló el colectivo. Había unos muchachos intentando saquearlo allí donde había quedado estacionado, a metros de la que entonces era la casa de “Tamalito”, la de su abuelo, en Los Vallistos.

La historia pegó fuerte en el espíritu de Galleguillo. “Es un pibe que se crió casi sin mamá ni papá, se crió en un hogar para niños de la calle, tiene un sueño de manejar y ser chofer de colectivo… a pesar del susto que viví, mi colectivo le cumplió el sueño”, escribió el músico, otra vez en la red social. “Ojalá algún día lo pueda ayudar, ojalá lo aleje de la gente mala que le da droga a los niños, ojalá algún día yo te lleve en mi colectivo a tu barrio y tus amigos vean que cumpliste el sueño de manejar un micro…”.

“No debe andar la vida descalza por las calles”.

Los amigos de “Tamalito”, sin embargo, no tuvieron que esperar demasiado para volver a verlo al volante. En uno de los primeros domingos de julio, ya de noche, el adolescente vio que en la terminal había quedado distraída la unidad 125 de la empresa “Rutas del Sur”. Se subió de un salto y la sacó a la calle. Tomó la avenida Benjamín Aráoz, pasó el puente Lucas Córdoba, se metió en la ruta 306 y al final frenó en la calle Villafañe, para ir a su casa.

Allí estaba el lunes por la noche, cuando la Policía encontró el ómnibus y los vecinos lo señalaron. “Tamalito” fue a parar a la comisaría, aunque la estadía no se extendió tanto.

Hubo un tiempo, a partir de entonces, en el que no se lo volvió a nombrar mucho. “Él solamente quiere llegar al barrio manejando un colectivo y que todos sus amigos lo vean”, dijo a La Gaceta su abuelo, Gaspar. “El problema es que ahora es adicto a las drogas y se crió sin padre, a la buena de Dios; su mamá no tuvo la capacidad necesaria para sujetarlo por su situación”, agregó.“Varias veces le dije: ‘Si ese es tu sueño, bajá un cambio, comportate y yo te voy a pagar para que vayas a a aprender a ser chofer’. Pero resulta que cuando se junta con cierta clase de personas ya empieza a ingerir lo que no debe”.

El abuelo de “Tamalito” pidió ayuda. “Cuando se lleva los colectivos no lo hace con el fin de robar; no lo hace con mala intención”, apuntó. Y señaló que el barrio necesitaba una comisaría que ahuyentara a quienes vendían drogas.

Nada de eso pasó.

El miércoles 23 de julio de 2015, ya con 15 años, “Tamalito” fue noticia otra vez. Aquel día, se encontró frente a un ómnibus de la empresa “El Tigre” que había quedado detenido en la estación de servicio de la terminal debido a una imperiosa necesidad del chofer de correr al baño. Y decidió reemplazarlo.

Tuvo que intervenir la Brigada de Investigaciones, aunque ya con una sospecha bien fundada. El micro, y “Tamalito”, aparecieron una hora más tarde en la zona de San Andrés.

“Conforme a lo que yo escucho, de la droga es difícil salir, dicen que entrar es fácil. Yo lo compadezco. Vienen a vender aquí. He llamado al 911 o a la comisaría y me dicen que es caso federal…”, reiteró su abuelo.

No era difícil adivinar que ni la droga ni “Tamalito” se irían de allí.

En 2017, el joven reapareció vendiendo golosinas, cuando no, en colectivos. En julio fue a la terminal de la línea 19 y grabó un video, que la compañía subió a su página de Facebook. “Yo antes andaba en la calle. Vendo en los colectivos y quisiera ser chofer de la línea 19 para salir adelante, porque yo siento que voy a poder llegar un poco más adelante, a tener mi familia y yo sé que en la línea 19 puedo mejorar un poco, tener mi propia casa…”, dijo el chico, mirando a cámara. “Y ya no andar como en la vieja vida”, agrega.

El dueño de la línea, Miguel Villagra, le contó entonces a la web El Tucumano que el video se había grabado luego de que el adolescente lo parara en la calle y le dijera: “Yo soy ‘Tamalito’, el que robaba colectivos”. El empresario le respondió que podía darle una oportunidad, al menos lavando los coches. “La sociedad está en deuda con ‘Tamalito’”, aseguró. “Nadie le prestó atención porque hay miles de chicos en la misma situación pero eso no justifica de ninguna manera el abandono del Estado”, reflexionó. “Le pedí que vuelva en tres meses porque tiene que dejar su adicción y retomar la escuela”, indicó. “Igualmente, no puede trabajar como chofer porque una ordenanza municipal fija un mínimo de 21 años para manejar transportes públicos de pasajeros”.

“Tamalito” tiene ya 18 años. Dicen que se tuvo que alejar de la línea 19 luego de cierto altercado. Durante el Mundial se puso a vender banderitas por la calle. Ahora vive en un asentamiento en la zona de Alderetes y volvió a ofrecer golosinas en colectivos, pero sin renunciar a su sueño. Una de sus últimas publicaciones en Facebook es una foto de un ómnibus. Ya anocheció, tiene luces azules adentro y otras, muchas, amarillas en la parte delantera.

El colectivo que subió «Tamalito» a su Facebook

“Así la tendré a la nave mía”, escribió al lado.

 

Fuente:

Clarín

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