Mendoza: Transformaron un colectivo abandonado en su hogar y viven en una calle de Las Heras

El municipio les pide que se retiren pero no quieren hacerlo. Tienen una nena escolarizada de 6 años y el papá es discapacitado.

Cerca del mediodía de ayer, Natalia García (42) terminó de pasar el lampazo dentro de su vivienda de Las Heras y colocó la alfombra alargada que adorna el pasillo de ingreso. Está todo en perfecto orden, los estantes con adornos, la colección de discos con películas y hasta las plantas que le dan más vida al espacio.

Hasta allí la escena es la de cualquier lugar, salvo que se venga del exterior y se sepa que se trata de un viejo colectivo de la desaparecida empresa TAC transformado en el hogar de una familia.

Allí vive desde hace 4 meses junto a su esposo, Gabriel Guerra (48) quien tiene una discapacidad y su hija de 6 años, Melany, aunque en la casa le dicen Chichi.

El colectivo está estacionado en la calle Sarmiento, cerca de la intersección con Uruguay y es parte de la fisonomía de la cuadra que tiene casas convencionales.

Aunque esta familia asegura haber hablado con los frentistas para instalarse allí y estar felices en lo que consideran su hogar, la municipalidad les ha pedido que se retiren aduciendo que no pueden permanecer en ese lugar.

Desde la comuna dicen que no tienen servicios y que no puede haber un vehículo estacionado así en la calle. Pero ellos se sienten incomprendidos. “Es nuestro estilo de vida, es nuestro lugar, no estamos pidiendo mercadería ni una vivienda, sólo tiempo para encontrar un lugar donde establecernos (con el colectivo)”, explica la mujer.

Chichi, con una sonrisa amplia y encantadora en el rostro y su gato gris en brazos recibió a Los Andes ni bien nos asomamos: “pasen, pasen”, invitó.

Luego de subir los escalones del colectivo, la recepción, -donde estaba la palanca de cambios,- tiene una especie de pequeño cantero interno con varios cactus y otras plantas muy cuidadas.  Hay que pisar la alfombra con manchitas negras para pasar al estar: allí hay dos pequeños sofás de un lado y del otro una mesa más grande con sillas alrededor. Enfrente, una heladera, un horno eléctrico, la alacena y en el panel que hace de pared divisoria del resto de los ambientes cuelgan ordenadas las tazas.

Natalia es mendocina y vivió 8 años en Buenos Aires, donde trabajaba como celadora. Su esposo no puede trabajar. Como su madre tuvo un ACV debieron volver. Quedó en aquella provincia su hija de 19 años que estudia en la facultad Psicología Forense.

“No podíamos alquilar porque no teníamos dinero para depósitos ni garantes, tampoco vivir con mi mamá ya que vive en una habitación y no cabemos”, relató Natalia. La escasez de recursos le agudizó el ingenio. Pensó en un contenedor, pero tampoco podía pagarlo por lo que cuando encontró este viejo colectivo abandonado pensó: “¿por qué no? Otra gente lo hace en otros países”. Así acordó pagarlo de a poco: 3 mil pesos por mes.  

«Casi no tenía ventanas, las acondicionamos con madera,  estuvimos dos semanas baldeando y limpiando todo con lavandina”, relató. Por un pasillo lateral se accede primero a la habitación de la niña, con su cama, cortina, estantes, placard y decoraciones adecuadas. “Es lo que más me gusta de vivir acá”, asegura Chichi otra vez con su gran sonrisa. Luego está la habitación de los padres y detrás el baño. “Hace poco compramos un duchador”, señala Natalia.

El lugar para ubicarse fue elegido estratégicamente: enfrente vive su madre y así puede atenderla. De allí traen el agua y en las cloacas de su vivienda desagotan los tanques del baño. Natalia agregó que la electricidad se las presta un vecino y pagan con él la factura. Cerca de allí está la escuela a la que asiste la pequeña, que en unos días comenzará primer grado, mientras que también en las proximidades se encuentra el centro de salud donde debe atenderse Gabriel. Él recibe una pensión de 7 mil pesos y ella trabaja en servicio doméstico.

Gabriel asegura: “me encanta vivir así creo que tenemos derecho a vivir como queremos, no me gusta en la calle pero ya encontraremos un lugar”.

 

Qué dice el municipio

Desde la municipalidad de Las Heras dicen que no los han intimado a irse como la familia asegura, pero sí han tratado de asistirlos. Ellos niegan haber recibido ayuda comunal ni haberla solicitado. Sin embargo, Martín Bustos, secretario de gobierno de la municipalidad dijo que esta familia recibe alimentos.

El funcionario explicó también que no hay una normativa que impida este modo de vida ya que es la primera vez que se encuentran con un caso así. Sin embargo destacó que no es legal compartir el servicio de electricidad ni puede haber un vehículo parado de manera permanente en la vía pública. “Les hemos ofrecido lo que podemos, pero no se quieren ir ni alejarse de la zona”, detalló. Les propusieron ir a la institución Carmela Fasi donde les prestan el predio y le dan trabajo al hombre y también en Remar, otra organización, pero no aceptan, comentó Bustos.
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