«Ommmnibus»: : cómo desconectarse arriba de un colectivo

¿En serio es la primera vez que meditás?». La instructora me mira incrédula. Claramente su escepticismo no es porque mi ropa denote un particular aura zen. A mi alrededor todas llevan calzas de algodón con camisetas con inscripciones inspiracionales del estilo Breathe («Respira») o Wisdom begins when you wonder («La sabiduría comienza cuando nos maravillamos»). Yo vengo directo de un almuerzo estival de señoras y sigo con el uniforme oficial para esos encuentros que es el vestido estampado formal con vueltas de collares y gran sombrero de paja.

Tampoco lo dice porque yo inmediatamente me siente haciendo la flor de loto o posición similar. Por el contrario, caigo como un saco de papas sobre la delgada colchoneta que me ofrecen, posible efecto del inevitable exceso de rosé con las chicas -por algo aquí lo llaman «el Gatorade de Los Hamptons»-.

No, la sorpresa de la encantadora rubia con pelo enrulado a lo Carrie Bradshaw y sonrisa que denota paz interior que me recibe cuando subo al estudio móvil de meditación se debe a otras razones. Primero, porque aparentemente nadie que viva en Nueva York o California no meditó ya alguna vez. Segundo, porque quien vaya a meditar por primera vez, no suele hacerlo dentro de un bus con luces psicodélicas estacionado en una convención de fanáticos del wellness elocuentemente llamada Health Guru (o «gurú de la salud»). Arrancan, supongo, en algún lugar más discreto, o con compañía menos avanzada, pero, como decía Miguel Mateos, yo «vi luz y subí».

Resulta que fue el momento indicado para hacerlo. El único turno que quedaba dentro del bus que ofrece sesiones de meditación guiada era justamente cuando yo pasé por su puerta. El turno coincidía con algunas de las principales conferencias de la convención de wellness que tenía cautiva a buena proporción del público. Antes y después había largas colas delante del vehículo. Algunas camisetas muy populares en la fila dejaban leer: «Sé la mejor versión de ti misma», y otras directamente #blessed (#bendecida), con el hashtag incluido para el instagrameo inmediato de la experiencia. A todas vistas el «Be Time», como reza su nombre, o bien «Ommmnibus», como ya se lo llama informalmente, es el éxito del verano.

El concepto es simple. Con el eslogan de «desconectarse para conectarse», Carla Hammond, una mexicana madre de mellizos que no encontraba un lugar pacífico y accesible donde poder tomarse una pausa mental de unos minutos en el caos cotidiano, ideó este colectivo. Su misión es «llevar la meditación a la mayor cantidad de gente posible, en la mayor cantidad de lugares posibles», según me explica, y el bus se para frente a oficinas, universidades, centros comerciales, hospitales. o balnearios chic de Nueva York. Cualquier persona puede subirse previo pago de 11 dólares para 15 minutos o 22 para media hora. A través de las redes sociales se puede averiguar dónde va a estar el bus estacionado cada día, y hacer una reserva online. En total hay lugar para 14 personas meditando en simultáneo.

No es el único bus de este tipo. Tras la popularidad de los food trucks, los camiones que venden comida al paso, en general étnica, orgánica o con algún componente que la haga lo suficientemente «auténtica» para tentar a las nuevas generaciones, aparecieron distintos servicios móviles para el mismo grupo demográfico. Varios de estos son de meditación al paso y son considerados la gran tendencia en el mundo del wellness de este año. Pero el bus de Hammond es el que los medios consideran siempre el más lujoso y no es sorprendente, entonces, que sea el que apareció estacionado por Los Hamptons.

Era el momento de probarlo. Me pidieron que dejase los zapatos (encantada) y el celular (¡horror!) en un cubículo al ingresar. Para que desprenderse del teléfono no sea tan duro, ofrecen cargarlo mientras uno, paradójicamente, se descarga. Y Hammond está atenta a todo. Cuando vio que el tema de mantenerme erguida en una colchoneta venía complicado, enseguida me ofreció una especie de sillita sin patas, pero con respaldo: «No somos ortodoxos», me tranquilizó, y en su camiseta leí, elocuentemente: Good vibes only (buenas ondas solamente).

También distribuyeron «gravity blankets», unas «mantas de gravedad» tan pesadas que «dan la sensación de que uno está siendo abrazado», según explicaron. Al googlearlo en casa encontré que se usan en terapias para combatir la ansiedad, el estrés, el insomnio, el síndrome de déficit de atención. Pero con el aire acondicionado puesto tan fuerte dentro del vehículo como solo los neoyorquinos suelen hacer, la acepté encantada aunque solo sirviera de abrigo.

 

El arranque

Empezó la sesión. Bajo 15 mil luces de colores led que van variando de tono, la instructora nos fue dictando qué hacer. Inhalé, exhalé, me toqué el corazón. Memoricé lo calma que estaba; me fijé cómo mi respiración era lenta y regular, pacífica, cómo estaba más abierta y alerta. Seguí todo al pie de la letra, pero lo cierto es que no me sentí distinta al salir.

«Hay que hacerlo varias veces», me explicaron. Y tiene todo el sentido del mundo. De cualquier manera, me costó concentrar en relajarme. No logré que la mente se me fuera de la imagen del conductor. Todas las mujeres que suben y bajan lucen delgadas, sanas, y tremendamente llenas de entusiasmo por la vida y estas nuevas experiencias. El conductor, por su parte, era un señor afroamericano de gran sobrepeso que parecía totalmente superado por lo que veía a su alrededor turno tras turno.

También está el tema del wellness en sí. La gran convención en Southampton cayó en un momento curioso. Hasta ahora todo lo que estuviese relacionado con la búsqueda del bienestar de una manera holística era considerado parte de lo que vivir entre la gente avanzada de la Gran Manzana significa. Ahora, en cambio, el péndulo se está moviendo, en gran parte a raíz de una serie de notas en The New York Times y el libro más comentado del verano, Natural Causes: An Epidemic of Wellness, the Certainty of Dying, and Killing Ourselves to Live Longer (Causas naturales: la epidemia del wellness, la certeza de la muerte y cómo nos estamos matando por vivir más), de Barbara Ehrenreich. El argumento es que el wellness devino a menudo en una industria poco seria dirigida a la gente con poder adquisitivo en su pánico por no tener el control absoluto de todo, incluido su cuerpo.

Por supuesto que no toda práctica para sentirse mejor entra en la misma bolsa, que tampoco es lo que los autores buscan instigar. En lo personal, no creo que jamás me ponga una camiseta aspiracional (en realidad, no creo que nunca me ponga camisetas con inscripciones de ningún tipo). Pero aunque mi experiencia en el «Ommmnibus» no fue perfecta, sí fue lo suficientemente interesante como para querer volver a probar meditar. Una nunca sabe…

 

Fuente:

La Nación

Be Time Practice

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