Pasiones Argentinas: El 93, ese colectivo que te abraza

En pleno G-20, un colectivero te puede resolver una tarde.

Un día sucede: te sentís vacío. No sabés cómo trasladarte en la Ciudad de Buenos Aires. Sin el auto que espera en el taller, sin subte, sin el tren que estaciona en Luis María Drago. Y de repente te toca volver a ese vínculo de pasos breves, a ese recorrido largo, pero impecable. Ahí está otra vez el 93. Línea de colectivo generosa, amable, propia, heterogénea en su bello modo de sumar tripulantes. Los límites del G-20 lo hacen desviar. Pero ese bondi nunca te deja a pie. Ahí está, siempre.

No hay remís ni taxi para llegar al trabajo, anuncia quién sabe quién. Pero en un suspiro la magia acontece: Marcelo -el que está a cargo del colectivo; pibe joven, de sonrisa ancha- frena unos metros antes de la parada en la esquina de Lugones y Olazábal, pleno Villa Urquiza, cerquita de la zona de embajadas y de la Iglesia de San Patricio. No es casualidad: Marcelo quiere que el viajante apurado acceda a su laburo. Saluda, amable. Pregunta hasta dónde será el recorrido. «Parque Lezama, cerca de La Bombonera», es la respuesta. «Largo», dice. Y agrega el mismo gesto cómplice que al momento de bajar ofrecerá. Otro saludo cordial.

No es la primera vez que esta línea de colectivos le resuelve la incomodidad al mismo viajante. El detalle generoso invita al recuerdo: hace dos años, a ese tipo le sucedió la angustia de perder su billetera, documentos incluidos. Llamó a la terminal de Munro. «Está todo acá», le dijeron en aquella madrugada. Al día siguiente pasó por allí. Lo estaban esperando. Lo recibió una sonrisa parecida a la de Marcelo.

Que lo sepan los próximos viajentes: el 93, aunque quizá tarde un poco más, te va a esperar. Y algo más: te va a abrazar…

 

Fuente:

Clarín

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