El autobús de ‘la ciudad de los muertos’, en el que la luz de ‘próxima parada’ se enciende sin nadie dentro

Natalia y Agustín en su periplo como conductores de la linea 110, recorren el cementerio de La Almudena, en Madrid.

Pocos saben de los secretos y misterios que esconde, entre tanta muerte, un cementerio; pero lo que no imaginarán probablemente es que quien mejor los conoce es una conductora de autobús, en este caso, de la línea 110 de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid (EMT).

Cada día, cada medía hora, este autocar se abre paso en el cementerio de La Almudena para dejar o recoger en alguna de sus doce paradas —cinco para entrar, siete para salir— a aquellos que han ido a ver a sus seres queridos o a visitar a algunas de las tumbas más emblemáticas de la necrópolis. No obstante, este mar de piedra, marmol y granito alberga mucho más que tumbas, familiares o turistas.

Quien mejor sabe lo que ocurre (o no) dentro de esos muros es Natalia (47). Es la conductora titular del 110 desde hace cinco años, y conoce el camposanto como la palma de su mano, pues pasa la mayoría de su tiempo allí, recorriendo con el autobús las estrechas y lúgubres calles que componen La Almudena. Cada rincón, cada lápida, cada cruz, a este madrileña del barrio de Vicálvaro no hay detalle que se le escape. Y no es que le asuste ni mucho menos; para ella su trabajo es el mejor del mundo.

Al volante, y horas antes de que se celebre el día de los muertos, Natalia lleva a EL ESPAÑOL a conocer los enigmas y, a veces, sucesos extraños que encuentra el autobús en su periplo por la que muchos denominan la ciudad de los muertos. Puede que con más que razón, pues ya cuenta con algo más de cinco millones de vecinos. 

Son las 11.20 horas y dos decenas personas comienzan a agolparse frente a la marquesina del 110, en la plaza de Manuel Becerra. Con ramo de flores en mano, esperan impacientes a que llegue nuestra protagonista. Puntual, Natalia llega en el bus, estaciona y comienza a recoger a los primeros de la mañana para conducirlos hasta el cementerio. En el interior del autobús, prácticamente lleno, la media de edad ronda los setenta años. Aunque lo más común es que no vaya prácticamente nadie, salvo los que van cada día y que para Natalia ya son como de su familia.

Panteón con aire acondicionado

Lejos del bullicio de la ciudad, el autocar deja atrás el gran arco de la entrada y encuentra en su camino panteones, sepulturas, capillas, un gran número de coches y algo nuevo: columbarios. «Mira, fíjate, en medio de esa carretera han aprovechado y han construido 1.000 columbarios», explica Natalia a este diario. Estas sepulturas, algo más estrechas, son para las incineraciones y en menos de 30 días ya se ha llenado una gran parte.

El recorrido continua durante varios kilómetros. Mientras, los familiares van bajando en cada una de las paradas para llevar flores a sus difuntos. Algunos parecen perdidos, pues podría decirse que La Almudena es prácticamente un laberinto. En muchas ocasiones, las paradas del bus les sirven de guía. Cuando atravesamos varias tumbas, Natalia lanza una pregunta: «¿Te has fijado en que todos los cristos crucificados tienen la cabeza inclinada hacia la derecha?» Sí, responde este periodista. «Pues fíjate en ese, es el único que la tiene hacia la izquierda, no verás ninguno más», prosigue. Estaba en lo cierto.

Los misterios y curiosidades siguen sumándose en el periplo. «Mira, ese panteón de aristas negras es el de Antonio Asensio, el fundador de Grupo Zeta», señala la conductora del 110. A simple vista, parece no albergar nada extraño, pero sí, en la parte izquierda hay un aparato de aire acondicionado. ¿Para qué? Se preguntarán. «Siempre está funcionando porque él quería estar siempre a la misma temperatura», explica. Poco después de esta, Natalia también señala otra de lo más millenial en la que se lee «Game Over».

Paradas solicitadas sin viajeros

La Almudena está llena de este tipo de singularidades, aunque también de capítulos algo siniestros. En ocasiones, ocurren cosas en el interior del autobús que no tienen una explicación racional; cuando la noche se echa encima del 110 en los últimos trayectos durante el invierno. Y es que con el autobús vació, en medio del camposanto, se ha encendido varias veces el timbre para solicitar parada. «Tú coges, abres los ojos, miras al espejo y dices, pero vamos a ver, ¡si no ha subido nadie al bus!», cuenta Natalia. Aún así, tampoco le da mucha importancia.

«He intentado buscarle un poco de sentido a esto y es que cuando lavan los buses, puede quedarse algo de agua en el timbre«, explica, aunque no del todo convencida. Puede que tenga razón o no.

Lo que sí fue real en una ocasión, y que le contó a Natalia Antonio, el autobusero que recorrió durante 30 años este trayecto,  es que hace varios Bomberos, Samur y Policía tuvieron que venir para rescatar a un grupo de personas asistentes a un entierro. Se habían subido a una tumba, pero se partió y cayeron al vacío.

— ¿No te da miedo trabajar aquí?

— (Ríe) Con esta pregunta me he acordado de un compañero que hace quince días me preguntó lo mismo porque estuvo unos días haciendo la línea y me dijo que había pasado mucho yuyu (miedo). Además, le pasó lo de la ‘parada solicitada’. Le dije que era por el agua o que eso pensaba, y se calmó. Para mí, este es el mejor trabajo que puedo tener, mucho más tranquilo que otras líneas.

— ¿Por qué?

— Aquí, cada vez viene menos gente y el recorrido es muy tranquilo. Donde mejor se está es aquí dentro, si se puede salir después, claro. (ríe)

La familia de Natalia en el bus

Cuando llevamos gran parte del recorrido, se sube al autobús Agustín (50), un conductor de otra línea que ha venido a reforzar el 110 para el día de los difuntos. Otros años, para el 1 de noviembre, según explican, se han llegado a producir atascos de hasta 11 autobuses y cientos de coches en las carreras que conforman el cementerio de La Almudena.

«Hace 15 años que no he hecho este recorrido y ya ni me acuerdo», explica. Agustín se une a nosotros en el viaje y se va fijando en cómo conduce el autocar Natalia por las angostas calles del camposanto, la mayoría escondidas entre altos cipreses y pinos. «Espero no tener un accidente», dice riendo. A diferencia de Natalia, a este conductor no le gusta nada el cementerio. «Yo quiero que me incineren, esto del cementerio es un gasto innecesario, las flores, la sepultura…», manifiesta

Todavía entre panteones, sepulturas y capillas, la conductora del 110 confiesa que cuando tiene algún rato libre con el autobús aprovecha para visitar a sus familiares en el cementerio. «Mis abuelos están aquí, paso todos los días por delante y a veces paro para ver cómo está todo. Para mi entrar aquí es otra historia, a otros compañeros les da auténtica fobia».

Lo cierto es que con el paso del tiempo, Natalia también ha ido formando su pequeña familia entre los que acuden cada día en el bus al cementerio para adecentar o llevar flores a sus difuntos. Aunque hoy no viaja nadie con ella porque, según dice, «ya han venido antes». Entre ellos, recuerda a Eugenia, que lleva 22 años yendo al camposanto sin faltar un solo día. «Viene, le da un besito a su hijo y se vuelve», cuenta Natalia, que, en algunas ocasiones, la espera en el bus e incluso le ha ayudado a limpiar la lápida de su hijo.

También está Carlos, que acude los fines de semana a ver a su mujer. Y Pablo, que desde hace varios años visita a su mujer en el cementerio pero no quiere otra cosa que reunirse con ella. La mayoría de ellos suelen ser personas de avanzada edad y eso significa que algún día dejan de subirse al autobús.

«He tenido muchos casos de personas que han ido desapareciendo y no ha venido nadie a decirnos que ya no están, que se han ido», cuenta Natalia. Y es que la vida pasa, pero solo el cementerio permanece. Aun así, Natalia no cambiaría su oficio por nada del mundo, y menos su lugar de trabajo, el cementerio, su segunda casa y donde piensa jubilarse dentro de muchos años.

 

Fuente:

El Español

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