“Subí que te llevo”, crónica del trabajo de los colectiveros en tiempos de pandemia

En el AMBA, circulan 388 líneas de colectivos que transportaban a diario (antes de la crisis sanitaria) a 11 millones de personas. ¿Qué ocurre detrás del volante de las bestias de metal?

En Latinoamérica, “liebre”, “guajolotero”, “buki”, “guagua”, “buseta”. En Argentina, “bondi”. El colectivo es tan nacional y universal como Maradona, las huellas digitales, los dibujos animados y la birome. Tanto es así que hasta fue celebrado en una canción, “La argentinidad al palo”, una oda contemporánea de Bersuit Vergarabat a los orgullos y miserias nacionales. Solo en el área metropolitana, eso que ahora se conoce como AMBA, circulan 388 líneas de colectivo, que son utilizadas por 11 millones de personas a diario. O, tal vez, sea más acertado decir “eran”.

Sergio Ricciardini, hoy, es chofer de la línea 53 y cuenta que durante la cuarentena las calles parecían las de un pueblo fantasma. Foto: Fernando Calzada.

“Fue terrible. Una locura, parecía un pueblo desierto. Parecía como si hubiera sido la noche del 31, así, con las calles vacías. Todos los días, con casi nada de pasajeros. Cero gente, todo cerrado. Un pueblo abandonado”. Esta descripción del paisaje, en tiempos de cuarentena, es de Sergio Ricciardini, chofer de la línea 53 que une La Boca, en Capital Federal, con José C. Paz, en el conurbano.

Los colectivos se sanitizan y cumplen con todos los protocolos de seguridad e higiene antes de salir a realizar las recorridas. Foto: Fernando Calzada.

-¿Durante cuánto tiempo se prolongó esa sensación?

-Cuatro meses, fácil. No hay casi nada de pasajeros, al menos en mi turno (NdR: trabaja de noche), nada. No hay boliches, no hay restaurantes, está todo cerrado. A mí no me gusta ver todo así, siempre disfruté ver gente por todos lados. Hoy, perdí mi ritmo de trabajo, voy paseando por la ciudad vacía. No tengo trabajo, esa es la realidad. Mi trabajo es levantar gente, no es pasear.

Leo Aveldaño, de treinta años y chofer de la línea 123, haciéndose controlar la temperatura antes de hacer la recorrida habitual. Foto: Fernando Calzada.

Son las nueve de la mañana, y en una de las oficinas de la terminal de la empresa Línea 123 S.A. de transporte, a pasos de la estación de tren El Palomar, está Sergio presentando unos papeles de rutina. Él recorre las calles en turnos de siete horas veinte, tiene 45 años, vive en Flores y se dedica a manejar colectivos desde los 21. Cuenta que sus inicios en la profesión tuvieron más que ver con el azar que con una decisión formada. “Empecé porque el papá de una compañera de colegio era el presidente de la empresa San Vicente, yo estaba buscando trabajo y él me dijo: ‘Si querés, vení conmigo’ y ahí empecé como chofer”, recuerda y agrega que su madre no estaba muy contenta con aquella decisión: “Me dijo: ‘Te estoy pagando un estudio para que hagas otra cosa; no es que esto esté mal, pero hay otras posibilidades’”.

-¿Cuál era el sueño que ella tenía para vos?

-Tengo hermanas profesionales y ella deseaba eso para mí también. Una es profesora de Literatura y la otra es farmacéutica. De todos modos, yo también soy un profesional, un profesional del transporte.

Sergio viste con elegancia y tiene la barba prolijamente recortada. Comenta que se cuida, repite todo el tiempo el concepto de que “hay que dedicarse tiempo a uno mismo”, que compra cuatro libros al mes y que lee uno por semana. Sus lecturas preferidas son sobre autoayuda y educación financiera, y remarca que sus autores preferidos son Napoleón Hill y Robert Kiyosaky. El hombre que supo pasar por las líneas 177, 79, 435, 385 y 74, y que recorrió los barrios de Burzaco, Pompeya y Constitución entre otros, dice que ningún día es igual a otro arriba de la “oficina de seis ruedas”, pero que siempre arrancan de la misma manera. “Jamás llego tarde, siempre vengo media hora antes de que empiece mi turno, barro todo el interior de la unidad, repaso el tablero, la puerta y los espejos”, enumera en forma puntillosa, casi tan meticulosa como se muestra él.

«Las mujeres, tal vez, sean un poco colgadas, pero no hacen las barbaridades que hacemos nosotros al volante”, dice Sergio, pero aclara “no yo, sino el género”. Foto: Fernando Calzada.

En otro sector de la empresa, arriba de uno de los buses, está Leonardo Aveldaño, de 30 años. Su historia tiene una particularidad, su abuelo y su padre fueron también choferes de colectivos, y no de cualquier línea, sino de la 123, la misma en la que él hoy trabaja desde hace seis años y medio.

-¿Cómo es, colectivero o chofer de colectivos?

-La gente nos llama colectiveros, pero lo correcto sería “chofer”, que queda un poquito mejor. Igual, a mí no me molesta, que me digan cómo les salga.

Cuenta que, apenas terminó el secundario, hizo el profesorado de Educación Física, aunque no lo llegó a terminar. “Llegué a dar clases en natatorios, en clubes; también trabajé como operario en una fábrica, trabajé como cocinero, y a los 24, arranqué con el colectivo”, relata y añade que lo primero que recuerda vinculado a su actual profesión eran los viajes con su padre, a los cinco años de edad, los fines de semana: “Cuando me preguntaban si me iba a dedicar a lo mismo que mi viejo, te soy sincero, nunca pensé que iba a terminar siendo chofer. Pero bueno, las cosas se dieron así y hoy estoy acá, aunque no eran mis planes”.

-¿Qué recorrido hacía tu viejo?

-Él estaba en la misma que yo, en la 123. Mi abuelo también. Así que siempre hicimos el recorrido, El Palomar-Chacarita. Por eso, cuando empecé, al principio me agarraban sensaciones extrañas porque pensaba que primero mi abuelo, 30 años antes, y después mi papá, habían hecho el mismo trayecto que estaba haciendo yo, doblaron por la misma esquina y le dieron la vuelta a la misma manzana. Tenía la sensación de que la historia se estaba volviendo a repetir y, la verdad es que, de chico creía que iba a ser mil cosas menos chofer.

Leonardo hace el turno de la mañana, desde las siete hasta las dos de la tarde, y explica que eligió ese horario porque “sentía que el día me rendía mucho más, incluso podía hacer cosas a la tarde”. Cosas, como tocar la guitarra, algo que practica desde hace 12 años y que lo mantiene trabajando en un disco –que todavía no tiene nombre– con “La cruda Buenos Aires”, su banda.

Un plástico protector y barbijos, dos elementos nuevos que se sumaron a las postales del transporte público en pandemia. Foto: Fernando Calzada.

Si bien ninguno de los dos comparte turno, ni recorrido, aseguran que la calle “cuesta”. Ambos admiten que la profesión trae aparejado cierto “termómetro social” y aseguran que ven la realidad a diario, por lo que no necesitan que nadie “se las cuente”. Sergio, con más años encima, agrega que con el tiempo fue viendo cómo se fue agrietando el entramado social.

-El colectivo es un transporte público, pero sobre todo es el medio de movilidad de la clase obrera y trabajadora. Desde que empezaste en esto, ¿se ve cada vez gente más golpeada por las crisis económicas del país?

-Sí, obvio. Incluso antes veías que las tarjetas SUBE tenían cierto saldo y, ahora, todas tienen saldo negativo. Te piden si los podés alcanzar hasta algún lugar y te dicen: “Me podés ayudar, no cobré, no llegó”, y uno ahí también se da cuenta que la cosa está complicada.

-¿Cómo te pega eso en la cabeza?

-Y…te golpea. Vos a veces te das cuenta de que es un tipo el que viene de laburar y le faltan dos mangos para pagar el boleto. Pero bueno, hay que ponerle el pecho y seguir.

El olor a gasoil y a hidráulica se siente en la terminal. Una terminal, que al igual que muchas otras, durante muchos años estuvo solo copada por hombres hasta que, en 2019, la Resolución 1/2019 publicada en el Boletín Oficial de ese año, aplicó una resolución de la Justicia –con el caso Erica Borda– y obligó a un grupo de empresas demandadas a remitirse a tomar nuevo personal hasta alcanzar el cupo del 30 por ciento de mujeres en su planta de choferes.

Cabe destacar que, según la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT), hasta el año pasado, la actividad contaba con 925 mujeres con licencia profesional frente a 376.246 varones, por lo que las mujeres representaban menos del uno por ciento de la plantilla. De ese total, 454 son conductoras de transporte de pasajeros, 359 de cargas generales y 112 de cargas peligrosas.

Para Leo, está bueno que haya mujeres manejando colectivos. “Somos todos iguales y no hay que quitarle posibilidades a nadie. Capaz, al principio, era un poco chocante ver a una mujer manejando un bondi, pero ahora ya no más”, sostiene con seguridad. Sergio, padre de dos hijas de quince y nueve años, explica, con filosofía open mind, que las nuevas generaciones han cambiado y que, por suerte, está quedando atrás el mundo con perspectiva machista. “Los que tenemos el mambo somos nosotros”, comenta. Ante la consulta sobre quiénes manejan mejor, si hombres o mujeres, no duda: “Las mujeres. Tal vez, sean un poco colgadas, pero no hacen las barbaridades que hacemos nosotros”: sin embargo, aclara: “No yo, sino el género”.

De una de las oficinas, sale un hombre de rostro amable y voz gruesa. Claudio Piturro es un hombre de 51 años que trabaja en esto desde los 21. Heredero del oficio de su padre, el hoy responsable de Recursos Humanos comenta que supo pasar por todas las áreas (incluso contar monedas, en tiempos de las máquinas expendedoras de boletos), y que ama lo que hace. “Para ser chofer, tenés que tener vocación, como la que tiene un médico, un maestro. Esto te tiene que gustar, no lo podés hacer por mera necesidad laboral. Te tiene que gustar de verdad y hace falta tener muchas ganas, empuje, cariño y paciencia”, asegura.

Maradona, un ícono popular tan argentino y universal como el propio colectivo. Foto: Fernando Calzada.

También desmitifica el hecho de que todas las empresas de colectivos son monopolios de transporte. “Mis dos hermanos y yo heredamos esto de mi papá”, dice, mientras comenta que tiene más de 80 socios con los que comparte el negocio y confiesa que, de las 140 unidades, solo es dueño de una sola. “Para mí, esto no es solo llevar y traer pasajeros, es mi forma de vivir”.

A lo lejos, entra por el portón un adulto mayor que saluda a todo el mundo y al que todos le devuelven el gesto. Trae la camisa abierta hasta el tercer botón y deja ver algunas cadenitas en su cuello. Ángel Pucciarelli tiene 71 años y es uno de los fundadores de la empresa. Saluda a Claudio y recuerda que lo supo llevar y traer del colegio cuando éste era un niño. “Bocina” habla de los colectivos y se le llenan los ojos de lágrimas, hace memoria y comenta que, como buen hincha de Boca, en los tiempos en que era chofer de la 53, que tenía una de las cabeceras en La Bombonera, supo ver al equipo azul y oro que tuvo a Diego y ganó el metropolitano del 81. “Nos hacíamos un huequito para ir a la tribuna, y después volvíamos”, suelta y agrega que, si le tuviera que dar un consejo a un chofer “nuevito”, le diría que aproveche, porque es un oficio hermoso.

Mientras Claudio y “Bocina”, se quedan conversando, y Sergio hace el check out para salir “con todo bajo control”, Leo hace lo propio y lleva el colectivo hasta la primera parada. “¿Disculpe, va hasta Chacarita?”, pregunta un pasajero antes de subir. “Sí, hasta la puerta del cementerio”, le responde. Y, posiblemente, en esa charla casi de rutina, ninguno de los dos se detuvo a pensar que es un tanto simpático pensar en que el recorrido solo llega hasta ahí, hasta la puerta del camposanto, y que luego, todo vuelve a empezar arriba de esas oficinas de seis ruedas.

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